Muerte
de una hoja
Vislumbraba
su caída. Temblaba de miedo. Solía pasarle cada año, cada otoño. Siempre temía
las primeras lluvias. Cuando las gotitas de agua resbalaban por su haz le
entraba la sempiterna angustia. Se mostraba vigilante, miraba tras de sí, por
si amenazaba uno de tantos bichejos que moraban cerca. Pero siempre, como todos
los años, cada otoño, el enemigo estaba dentro de ella. Nunca imaginó que el
incipiente color amarillo de su cuerpo anunciaría su muerte.
Muerte de
una planta
Vio la
luz al final del túnel y comenzó a recordar los momentos emocionantes de su
vida: el día en que fue una yema; la hojita que despertó con un rayo de sol;
trabajando, haciendo alimentos en “Fotosíntesis Corporation”; amarilleando de
tanto sol...
Y se vio
desde el aire, muriendo. Era otoño, casi invierno. Ahora eran otros, en otra
dimensión, quienes disfrutaban contemplando el siniestro. Nunca la muerte generó
tanto belleza y admiración.
Muerte de un insecto
Comenzó
a salir un hilo de su boca sin apenas percatarse. En una hoja dorada de otoño
se fue enmarañando. No sintió frío, ni hambre, ni sed. Pero se fue encerrando
sin saber cómo, hasta quedar en la más absoluta oscuridad. Sintió que era el
final de su vida. Se moría. Nunca imaginó que después de varios días
resucitaría. Y volaría con alas de terciopelo por el infinito cielo.
Muerte de un amigo
El
invierno le llegó en plena vida sin apenas disfrutar la primavera.
Fue
contemplando, día tras día, en el espejo de su casa, como amarilleaba la piel
de su rostro. ¡Se iba! Se secaba antes de tiempo, sin apenas enrojecer como las
hojas del olmo, que antes de caer embellecen el otoño.
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