La
diosa fenicia se vistió de virgen, de virgen del Carmen, más concretamente. Quiso seguir ayudando a
los navegantes como hacía antaño, vestida de brisa.
Quiso
quedarse en su mar, en su rincón deseado, y ayudar a pescadores, aunque fuese a
escondidas.
Por
eso se transformó en nueva diosa. ¡Qué digo diosa!. Se vistió de Madre de Dios.
Todo, por quedarse.
Pimentel
la inmortalizó. Y ahora luce en el paseo mirando el mar a lo lejos. Y cada verano viste sus mejores galas para
seguir siendo la misma. Esta vez como diosa cristina. Qué más da, ¡ella sólo
quiere ser querida!
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